
Educamos para la vida
Formar a los hijos es una tarea entusiasmante, un trabajo delicado y fuerte, paciente y alegre, no exento de perplejidades, y que nos lleva tantas veces en busca de luz…..
Educar implica llevar a la plenitud las potencialidades que hay en cada uno de nuestros hijos e hijas. Que necesario ayudarles a descubrir la importancia de preocuparse por los demás, enseñarles a ser creadores de relaciones auténticamente humanas, a vencer el miedo al compromiso… Capacitarlos, en definitiva, para que puedan responder al proyecto de sus vidas.
Los padres y las madres no debemos olvidar que siempre habrá dificultades ambientales y aspectos mejorables, pero que no por ello podemos olvidarnos de mantener el corazón joven, para que les sea más fácil recibir con simpatía las aspiraciones nobles e incluso las extravagancias de los chicos.
La vida cambia, y hay muchas cosas nuevas que quizá no nos gusten –hasta es posible que no sean objetivamente mejores que otras de antes–, pero que no son malas: son simplemente otros modos de vivir, sin más trascendencia. En no pocas ocasiones, los conflictos aparecen porque se da importancia a pequeñeces, que se superan con un poco de perspectiva y sentido del humor.
Y sobre todo, no olvidemos que partimos de que en la difícil tarea de educar siempre podremos mejorar, que no hay una educación perfecta: hasta de los errores se aprende. No obstante, padres y madres, no olvidemos que merece la pena dedicar tiempo a actualizar nuestra formación con un objetivo claro: educamos para la vida.
Los hijos, como los buques
Y para ilustrar lo anterior que mejor manera que hacerlo a través de estas hermosas letras de autor desconocido.
«…Es cierto que no podemos trazar la ruta de nuestros hijos. Lo que sí podemos hacer es ayudarlos a que lleven un buen equipaje, lleno de humildad, solidaridad, honestidad, disciplina, gratitud y generosidad. Podemos desear su felicidad, pero no ser felices por ellos. No podemos seguir la travesía, ni ellos descansar en nuestros logros.
Los hijos deben hacerse a la mar desde el puerto donde sus padres llegaron y como los buques partir en busca de sus propias conquistas y aventuras con la preparación suficiente para navegar un largo viaje llamado vida.
¡Cuán difícil es soltar las amarras y dejar zarpar el buque …..! Sin embargo, el regalo de amor más grande que puede dar un padre a sus hijos, es la autonomía.
¡Hijos, buen viento y buena mar….!..»